No me quieras, no me extrañes, no me odies,
no me nombres, indiferenciame,
no me reconozcas en la calle, ni en los peldaños sucios de la escalera.
Perdeme entre las múltiples puertas de los pasillos
de las casas que habitamos y dejamos y seguiremos habitando.
No me veas en las fotos ni me reconozcas en tus costumbres.
No levantes la piedra que pueda iluminarnos.
Seguiremos a oscuras transitando los caminos,
a tientas tocando las sábanas ajenas
las copas ya vacías, la luz que daña nuestros ojos.
No serán las biografías las que nos recuerden
quiénes fuimos, ni será nuestra indiferencia de uno con el otro,
será un gesto, un ápice, una voz, una cara,
una palabra pronunciada con cadencia de ruina fantasmal.
Dejemos a los peces volver al mar, a los pájaros fuera de la jaula.
Que las flores que nos regalamos quepan en un bolsillo
que la obligación de felicidad nos toque el hombro
que nuestras manos juntas permanezcan en silencio.
Tenemos apenas espantos, desiertos y varias vidas por delante.