24 ago 2010

Día veintiséis por llegar

Escribe en un día veinticinco a siglos del próximo mes:
“Ella barre el polvo del río con la escoba de las tormentas de mar
En la mirada lleva el maremoto de ideas y torturas.”
Escribe despacio, describe despacio el miedo.
“De niña fue el heraldo de los pobres, soñaba con darles de comer.
Era la infatigable, la que danzaba.
Era la que renacía, siempre en soledad.”

Escribe: “Había manchas de humedad en la casa y eran nuestros dolores”:
Y piensa ¿quién va a limpiar ahora los pedazos de rencor?
¿quién va a sacar la basura al incinerador de cadáveres?

Había muros en la casa
y eran John Cheever, suciedad y gato en presagio negro.

Corre sangre azulada, venas arterias capilares
Mientras escribe
“Salen alimañas de los nidos de las causas y sus consecuencias.”
Día azulado, entre árboles de infancia.
Vuelan miles de grullas en arte origami para la vida eterna.
Ella debe caminar para sentirse mejor.
El escribe que ella camina y se siente plena.
Ella debe perder la paciencia para abandonarlo.
El escribe la palabra “cuervo”.
“El susto del animal malherido, descarnado, desplumado”.
El escribe como en "Systema naturae"
“Hay cuervos. Somos nosotros. Anidamos.
No podríamos vivir sin el otro.”
Ella no lee, rompe su armonía de mujer pájaro.
Él dibuja sombras al final del cuaderno.
Las sombras del advenimiento.
Las sombras como advenimiento.
Ella no las ve, duerme en sus sombras, ahora, por fin.
Él escribe: “¿quién trapeará del piso la sangre del hígado deshecho?”
El escribe: “¿quién levantará un nido para estas aves recién libertadas?”
El vuela en círculos, alrededor de la vida. Y se acuesta a su lado.

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